lunes, 9 de mayo de 2016

La presión del estatus familiar en la formación de los hijos


La preocupación de los padres por el futuro profesional de los hijos aparece poco después de que estos nazcan. Cuando pasan los primeros momentos de ilusión y se es consciente de que a esa personita hay que darle de comer y educarlo,  se hace presente la "presión" de ser padre - madre, aunque algunos/as confiesan cierta tensión  durante el embarazo.

Esto viene a cuento de más de una conversación mantenida  con padres de adolescentes con un horizonte profesional poco claro. Uno de los aspectos que entra en juego en la gestión de estas situaciones, de forma más o menos consciente,  es el estatus profesional y social de los padres. Que difícil resulta para algunos buenos  profesionales, que disfrutan de reconocimiento  social y profesional, tener un hijo que no va a llegar a su nivel o que, incluso, se puede quedar bastante lejos. Qué difícil resulta a los hijos de padres con prestigio aceptar un futuro profesional  uno, dos o más peldaños por debajo del disfrutado por sus progenitores.

Con la situación anteriormente descrita nos hemos encontrado todos y todos hemos visto distintas formas de resolverla; desde padres que aceptan con naturalidad, sin dramatismo, que su hijo va a ser un honesto y, por qué no, feliz funcionario del grupo C o D, hasta padres que obligan a su hijo a prepararse durante años  y años  la oposición de notaria que nunca va a sacar, cargando sobre sus espaldas un profundo y evitable "fracaso".

Es importante ser objetivo con las capacidades de los hijos para evitar hacerles un daño innecesario, poniéndoles objetivos que les resulta imposible alcanzar. También es bueno saber que los padres desempeñan un papel importante en el éxito de sus hijos en momentos muy concretos de su vida, concentrados la mayor parte de ellos en la primera infancia, en los primeros años de colegio, en la acertada corrección de los primeros problemas. El colegio también debe ayudar a los padres en esa tarea de conocer los talentos reales de sus hijos.

En cualquier caso a los hijos hay que quererlos tal y como son, con sus éxitos y fracasos, con sus virtudes y defectos.

Hace unos años conocía el caso de una familia con varios hijos, residente en una ciudad sin universidad. La mayor de las hijas terminó el bachillerato de ciencias  y sus notas no le daban para estudiar la carrera deseada, también aconsejada por el colegio. La matriculan en una universidad privada y ya cerca del final del tercer año  tiene aprobadas la mitad de asignaturas del primer curso y pocas del segundo. Contra el criterio de los padres la chica ha decidido abandonar la carrera. Las ayudas para preparar los exámenes durante su etapa escolar eran permanentes;  cuando ha tenido que enfrentarse sola a un cambio de ciudad y a la superación de exámenes sin ayuda, no ha podido. Quizás habría que haber insistido, en su momento, en el hábito de trabajo diario, en el número de horas de estudio que debería de haber echado sola para sacar los exámenes adelante y no los días anteriores al examen, con ayuda. Quizás sus dotes naturales están por debajo de las metas que directa o indirectamente le han ido planteando. Habría que estudiar el caso en profundidad.

De todas formas cabe preguntarse si esta chica es una fracasada. Yo creo que lo sería si no alcanza una meta asequible a sus actuales competencias, las que han potenciado, o no, sus padres y el centro escolar desde la infancia. Digo esto porque la inteligencia se convierte en talento, en capacidades que afloran y se quedan, con esfuerzo y dedicación.  Es esto último, la capacidad de esfuerzo mantenido, la constancia,  lo que hay que cultivar en los hijos, más que el manejo puntual de conocimientos para superar exámenes. Por otra parte se me hace difícil hablar de fracaso en una chica con 19 años a punto de cumplir los veinte. Lo único que debería preocuparle a los padres es la causa del abandono de la carrera que les ha transmitido su vástago : "No voy a matarme estudiando durante tantos años". Cuestión distinta es el juicio del entorno social de la familia, que puede ser amortiguado o acrecentado por la actitud de los padres.

Otro tema es la hija. Le cuesta trabajo aceptar "el fracaso", buscar y aceptar una opción que le suponga bajar del estatus del que ha venido disfrutando, aparecer ante su entorno más próximo como incapaz. En este caso porque no está dispuesta a un esfuerzo mantenido durante años. La realidad debe imponerse. Los padres deben hablar con su hija y esta debe aceptar la nueva situación. No hay atajos.... Las normas que ponemos a nuestros hijos cuando son pequeños, los noes a los caprichos, los horarios de estudio, de acostarse y levantarse, los límites a las horas de televisión, ...terminan por ponerse de manifiesto, tarde o temprano, en un sentido u otro.

En cualquier caso la combinación "padres exitosos e hijos con capacidades humildes" ha de ser afrontada y aceptada por los primeros, para poder ayudar adecuadamente a los segundos, sin eximirles de la constancia en el esfuerzo. Hay que poner metas difíciles pero asequibles a cada hijo, desde pequeños. Pedir opinión a los sucesivos profesores y tutores de nuestros hijos no está de más.

Termino esta breve reflexión con una frase de William Faulkner, escritor estadounidense:

"Todos fallamos en alcanzar nuestros sueños de perfección, así que nos ponemos nota sobre la base de nuestro espléndido fracaso al intentar lograr lo imposible"

José Antonio de la Hoz



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