Desde
hace un tiempo, no mucho, le sigo los pasos a un afamado y joven cocinero con
tres estrellas Michelín. Cuando lo ví por primera vez me llamó la atención su aspecto, muy alejado del habitual en la hostelería. Apareció en un conocido programa de aventura y me sorprendió su forma de ser y de expresarse . En el manifestaba que “era
y es claro y directo” y que eso le había causado algunos problemas. Parece ser que es un icono de la moderna cocina española y los iconos me atraen porque revelan cosas importantes sobre la sociedad que los sacraliza.
Hoy
he entrado en la web del restaurante que regenta . Es algo
distinta y transmite, desde el principio, los valores en los que asienta su trabajo, que son: amor por las cosas bien hechas, sacrificio, exclusividad, creatividad,
innovación”, constancia, paciencia …y algo de provocación. Ha trabajado mucho para alcanzar el éxito, de forma merecida,
desde el emprendimiento y la fe en lo que hace. Su profesión no ha sido un camino de rosas, con jornadas de trabajo de 16 horas de lunes a domingo.
En
algún momento habla de que quiere que su negocio no sea solo un restaurante; busca que sus clientes "alucinen".
Realmente un restaurante tiene éxito si los que comen en él salen satisfechos,
es decir, disfrutan. Pero ese disfrute, y es a lo que voy, es muy necesario en algunos momentos de la semana, del mes y del año, pero no debe pasar de ser un medio y convertirse en un fin, cosa que ocurre en las sociedades occidentales, sin que quizás seamos conscientes del precio que pagamos por ello.
Quiero
y deseo que haya cada vez más buenos profesionales de la cocina en España, con
prestigio internacional, y en el resto de sectores, pero también que el placer tenga el sitio
adecuado porque nos jugamos mucho todos.
El
placer es necesario, pero mal enfocado, - y lo está cuando se convierte en un
fin en si mismo- , nos centra en nosotros mismos y convierte a todo lo que nos rodea que no sea placentero en algo a evitar, eliminar, suspender, mitigar,... generando modelos de comportamiento que nos hunden en la
preocupación, cuando no en la angustia, cada vez que vemos un telediario o abrimos un periódico. Todos tenemos experiencia de que cuando suben las horas de placer sube la
impulsividad, disminuye el autocontrol, aumenta la agresividad, baja el
esfuerzo, anida el egoísmo y con él los comportamientos más o menos disruptivos
con nuestro entorno y las personas que están en él. El problema es que el consumo de placer no es algo pasajero en los países desarrollados; está instalado en la vida cotidiana del que esto escribe y del resto de congéneres, con una tendencia clara a doblarnos el pulso. Ha dejado de ser un medio necesario para el equilibrio personal, con límites éticos, para ser "el objetivo", con límites débiles, muy difusos -quizás solo los legales y con tendencia a sobrepasarlos-, desfigurados por innumerables justificaciones.
A
pocos les preocupan que las televisiones, en busca de una mayor audiencia, no
establezcan barreras morales en sus contenidos siempre que “distraigan” y “entretengan”, ...aunque luego nosotros o nuestros hijos bajemos el listón de humanidad en nuestra relación con los demás, por mimetismo con lo que se ve. A los hijos se les exige poco y se les pone escasos límites “porque tienen derecho a disfrutar”, todavía
son pequeños, aunque pasados los años
suframos a un adolescente autoritario y egoísta, que hemos ido forjando con
empeño y dedicación. Los profesores deben mandar pocos deberes, para que “los
niños tengan tiempo de jugar”. A los adolescentes les debemos explicar que es
el sexo y “cómo usarlo de forma segura y placentera”. Para que no molesten en la ciudad les
construimos botellódromos. Y así podríamos seguir, poniendo ejemplos prácticos
de como el “hedonismo” se ha convertido en un contravalor que se incrusta con naturalidad
en nuestra vida ordinaria, en pequeñas cosas, sin percatarnos del peaje que se
paga a corto, medio y largo plazo que no es otro que - a modo de ejemplo- el miedo y la desconfianza hacia los demás y, si me apuras, la angustia y la desazón, que empieza por presentir que nuestros hijos nos verán como un estorbo cuando alcancemos la vejez.
Cada
vez más nos abrumamos, escandalizamos, acongojamos,
alarmamos, asustamos…con noticias que ponen de manifiesto la brutalidad de la
que es capaz el ser humano. Hace unos días un conquense asesinaba a dos mujeres
jóvenes y las enterraba en cal, una señora tiraba a la basura a su hijo recién nacido,
otra degollaba a su hijo de tres meses, un señor asesinaba a sus dos hijas,
etc. Es verdad que también sigue habiendo gente con comportamientos
ejemplares, pero hay números que reflejan una sociedad con problemas, como el número
creciente de divorcios, el aumento de las agresiones de hijos a padres, la mayor incidencia de enfermedades mentales, el aumento del alcoholismo en los jóvenes, la violencia de género desmadrada a pesar de poner medios y dinero sin fin , etc. Parece que la sociedad se desestructura sin que quizá seamos muy conscientes del por qué. Pues bien, una de las razones es el hedonismo que lleva al egoísmo que, a su vez, desestabiliza a la persona y sus vínculos y diluye - por mera incompatibilidad- los valores que pueden ayudarle a levantarse.
Una sociedad egoísta, hedonista, consumista,... tiene poco futuro si no rectifica. Lo malo es que la rectificación a veces no es pacífica, porque en este modelo social "todo el mundo defiende lo suyo" y pocos piensan en el interés general. Así no es de extrañar aquello tan evangélico del "pueblo contra pueblo, nación contra nación, padre contra madre, hijos contra padres..." De cambiar esto somos responsables todos, cada uno con los medios que tiene a su alcance y en su entorno más cercano. Podemos elevar el listón de la exigencia y del esfuerzo a nuestros hijos - sin olvidar el cariño y el afecto-, podemos hacer mejor nuestro trabajo, podemos señalar menos a los demás como la causa de nuestros males y revisar nuestro carácter, nuestros defectos, para ver como los podemos limar algo. Podemos cambiar el chip y pasar de esperar a que los demás y la sociedad haga algo por nosotros a hacer nosotros algo más por nuestra familia, nuestro cónyuge, nuestros hijos o nuestros vecinos. Podemos preguntarnos cual era la fuente de los valores que apreciábamos, que echamos de menos en los demás pero que quizás tampoco vivimos nosotros.
En la vida hay un ingrediente con el que hay que convivir con naturalidad, que se llama contrariedad, esfuerzo, dolor, sacrificio. No es un drama no poder consumir lo accesorio o consumirlo menos. Es bueno ser conscientes que las cosas funcionan con el esfuerzo de todos. Las puertas de la auténtica felicidad se abren hacia afuera, cuando salimos de nosotros mismos y pensamos en los demás, en lo que tenemos y no tienen otros, y no solo en lo que no tenemos; cuando regalamos tiempo y recursos, cuando somos solidarios, generosos, pacientes, compasivos, comprensivos, etc. El placer "fuera de lugar" es un espejismo de felicidad momentánea que exige estímulos cada vez mas fuertes y que nunca llena, mejor dicho, llena de vacío y soledad.
Un placer sin control, sin normas, sin ética que lo limite, genera una persona que se autolimita, sin voluntad - o con una voluntad mermada - para alcanzar metas de calidad y, por tanto, con menos libertad entendida como la capacidad de elegir la mejor opción que, casi siempre, es la más costosa. Comprarle a nuestros hijos la "piruleta" que ha visto en la cola del supermercado, para acallar su barraquera, unida a otras cesiones parecidas en cosas pequeñas y cotidianas , es hipotecar poco a poco su futuro.
En la vida hay un ingrediente con el que hay que convivir con naturalidad, que se llama contrariedad, esfuerzo, dolor, sacrificio. No es un drama no poder consumir lo accesorio o consumirlo menos. Es bueno ser conscientes que las cosas funcionan con el esfuerzo de todos. Las puertas de la auténtica felicidad se abren hacia afuera, cuando salimos de nosotros mismos y pensamos en los demás, en lo que tenemos y no tienen otros, y no solo en lo que no tenemos; cuando regalamos tiempo y recursos, cuando somos solidarios, generosos, pacientes, compasivos, comprensivos, etc. El placer "fuera de lugar" es un espejismo de felicidad momentánea que exige estímulos cada vez mas fuertes y que nunca llena, mejor dicho, llena de vacío y soledad.
Un placer sin control, sin normas, sin ética que lo limite, genera una persona que se autolimita, sin voluntad - o con una voluntad mermada - para alcanzar metas de calidad y, por tanto, con menos libertad entendida como la capacidad de elegir la mejor opción que, casi siempre, es la más costosa. Comprarle a nuestros hijos la "piruleta" que ha visto en la cola del supermercado, para acallar su barraquera, unida a otras cesiones parecidas en cosas pequeñas y cotidianas , es hipotecar poco a poco su futuro.
Cuando
nos MIRAMOS MENOS EL OMBLIGO, nosotros iremos mejor y la sociedad irá mejor.
Cuando rescatemos con el ejemplo de cada uno, -que es la mejor forma de empezar
a cambiar la sociedad-,los valores que vivían nuestros abuelos,
colocaremos entre todos el número de barbaridades en cifras normales y
sustituiremos el miedo a los demás, por confianza y esperanza.
Claro
que el esfuerzo por ser una persona que valga la pena es insostenible sin una
cosmología. Como decía un ilustre “socialista” de mi ciudad: “no podemos
quejarnos de que no haya valores en la sociedad si hacemos esfuerzos denodados
por cargarnos a las instituciones que los sostienen” o, dicho de otra forma,
los valores no los sostiene el hombre sino alguien que lo trascienda y que no esté sujeto
a los movimientos pendulares de los que está llena la historia de la humanidad,
que nos han llevado a las mayores barbaridades, sin que aprendamos demasiado de
ellas.
No
queremos el “corsé” de lo objetivo, de la verdad, pero sufrimos las
consecuencias del dogma de la subjetividad. Así nos va y los que nos queda por
ver, si Dios no le pone remedio, que lo hará. Mientras tanto, ojala que el esfuerzo y dedicación que pone el chef al que hacía referencia lo pongamos también tu y yo en ser mejores personas para que todos sintamos que vivimos en una sociedad de calidad y con valores.
Termino, como siempre, con una frase. En esta ocasión de Daniel Bell, profesor emérito de sociología de la Universidad de Harvard:
"El hedonismo, la idea de placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo"
Termino, como siempre, con una frase. En esta ocasión de Daniel Bell, profesor emérito de sociología de la Universidad de Harvard:
"El hedonismo, la idea de placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo"
José Antonio de la Hoz
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