jueves, 22 de enero de 2015

Observaciones de un joven psiquiatra a los padres de hoy

Luis Gutiérrez es un joven psiquiatra que es nieto, hijo y sobrino de ilustres psiquiatras. Hace unos años le pedí los artículos que había publicado en prensa para insertarlos en mi blog. Los motivos son muy sencillos:son útiles, en ellos habla desde la experiencia diaria de ver a pacientes- cada uno con su problemática más o menos grave- que le cuentan su intimidad, esa que podemos esconder incluso a las personas más cercanas. Otro motivo es su estilo directo, no se anda con eufemismos y, por último, sabe usar la ironía y el sentido del humor. Esto último contribuye a una lectura agradecida de sus artículos.

Hace años que publicó los párrafos que hoy traigo a mi blog. En aquella época no tenía ningún hijo y ahora tiene unos cuantos/as. Sigue siendo hincha del Atlético de Madrid, pero  desde la llegada del Cholo Simeone - no estaba cuando escribió lo que vais a leer- ya no es el "Pupas". En ese momento no había crisis económica y ahora si y fuerte. En aquella ocasión era un joven psiquiatra recién estrenado y actualmente sigue siendo joven pero ha puesto en marcha varias iniciativas y da conferencias por todo el territorio español. 

El publicó este escrito con el título "Por qué los padres educan tan mal a los hijos" y sin más preámbulos ahí va, sin tocar ni una coma:


"Espero que me permitan el atrevimiento de escribir acerca de un tema tan espinoso como el de la educación cuando no tengo ningún hijo. Entiendo que en casi todos los temas la teoría suele ser más sencilla que la práctica pero creo que en este asunto concreto todavía lo es más. Dicho lo cual me propongo exponer una idea base, que lógicamente precisaría mayor desarrollo.

Para empezar creo que es imposible entender la situación pedagógica actual sin atender a la bajada de la natalidad. Los padres cada vez tienen menos hijos y eso limita las posibilidades de éxito. Con tan pocos hijos que uno de ellos te salga rana es un error imperdonable que uno no se puede permitir. El que uno de ellos no sea universitario se convierte en una frustración y así conseguimos llegar a la situación actual en la que la Universidad está llena de universitarios frustrados. Desde que son tiernos bebes, padres y madres acarician deseos de grandeza hacia su pequeño vástago. Como por ejemplo: “ojalá que sea notario”, “esperemos que de con un buen partido”, etc. Pero pocas veces se plantean algo tan sencillo como: “confiemos en que el día de mañana sea feliz y una buena persona”.

Los padres parece que gobiernan bajo una sola idea madre: “lo importante es que no sufra, que no lo pase mal, no vaya a ser que se sienta frustrado en su más tierna infancia y eso le marque irremediablemente para el resto de su vida”.

Amparados bajo la manida y estúpida frase de: intento darles todo aquello que yo no he podido tener se labra una personalidad sobreprotegida. El niño se acostumbra a que sus deseos se vean cumplidos en un abrir y cerrar de ojos y eso además de crear una serie de hábitos que luego tienen difícil solución, siembra el campo para que florezca una voluntad virgen, desacostumbrada a tener que esforzarse para conseguir las cosas. Los padres en vez de poner límites se dedican a financiar futuros vicios.

De esta forma el querido hijo pasa muchos años de vida hasta encontrarse con alguien que le lleve la contraria. Con frecuencia esto solía suceder en el colegio pero ahora las cosas han cambiado. Hace no muchos años padres y profesores formaban un frente común rígido y sin fisuras. Pero ahora los aliados son otros, con relativa frecuencia hijos y padres son partes de un mismo ser y el profesor se convierte en el enemigo a batir. Sorprende comprobar como los padres entran al juego de las excusas universales de la edad escolar: “a mi hijo lo que le pasa es que le tienen manía”, “le castigan sin motivo”, “se nota que van a por él” y así un largo etcétera. De esta manera el yugo de las contradicciones sigue sin aparecer en la escena.

De hecho en algunas ocasiones incluso uno oye frases maternas absurdamente ingenuas como por ejemplo: “mi hijo es perfecto, no tiene ningún defecto, lo hace todo bien, es el líder de su grupo”, lo que a mi realmente me preocupa es el grado de miopía de una madre incapaz de enumerar los incontables vicios que sin lugar a dudas, como todo el mundo, su hijo tiene.

De la misma manera que el bebé que sólo tiene contacto con la leche pasteurizada y los chupetes esterilizados, posteriormente desarrolla una propensión biológica a todo tipo de alergias y enfermedades, nuestro pequeño adulto se mostrará hipersensible a todo lo que suponga esfuerzo y dolor.

Y así de buenas a primeras nuestro niño de 25 años entra en contacto con el mundo laboral y descubre que el planeta de los osos amorosos en el que vivía jamás existió, y también comprueba que mamá y papá están mayores y su radio de influencia no llega a muchas cosas.

De tal manera que de la noche a la mañana se entera de que en la sociedad en la que vivimos hay jefes, compañeros de trabajo, inspectores de hacienda, suegros y policías de tráfico. Y él que nunca pensó que vivir fuera tan duro se enfrenta a todo ello con los escasos recursos que ha adquirido en sus múltiples años de educación.

Una persona con serias dificultades para asumir conflictos, problemas y enfermedades, que se hunde ante la menor contrariedad y que siente con toda el alma que es una de las personas más desgraciadas del globo terráqueo, pero sin serlo.

Así nos encontramos con el hombre actual forjado con una personalidad neurótica, simplista, quejica, hipersusceptible, sensiblera, sentimental, estúpida, inmadura e infantiloide. En definitiva un pobre hombre, un ser completa y absolutamente insoportable.

No quisiera terminar de manera tan brusca, añadiré un consejo. Si quieren que su hijo aprenda a sufrir de verdad desde pequeño, pongan todos los medios para que se haga hincha incondicional del Atlético de Madrid (ser del Granada roza el masoquismo)."


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