martes, 27 de agosto de 2013

Delegar y educar para la autonomía

Uno de los fines de la educación de los hijos es que sean autónomos e independientes, delegando en ellos tareas progresivamente, en función de su edad y circunstancias personales y/o  ambientales. Ejercitando y desarrollando adecuadamente sus capacidades, asumiendo la responsabilidad de los propios actos, bajo la tutela instrumental de los padres, los hijos llegan a disfrutar de un nivel aceptable de felicidad.

Para conseguir lo anterior, los padres han de aprender a delegar tareas en los hijos y esto no es fácil. Todos hemos visto a madres y padres haciendo tareas de los hijos que estos ya pueden hacer, quizás por un mal entendido amor, quizás por desconocimiento de los beneficios derivados de que los hijos las asuman o, tal vez, por incapacidad para delegar o por convencimiento de que las tareas se hacen más rápido y mejor si las hacen ellos.

La educación de los hijos es una tarea lenta, gradual, constante y paciente. Hay que colocarla entre las TAREAS IMPORTANTES, que no son sofocadas por las URGENTES, que nos impiden ver las consecuencias a largo plazo de lo que hacemos. Por eso cuando enseñamos a nuestros hijos a hacer cosas, aconsejo guiarse por  las siguientes disposiciones:

·         No buscamos que hagan las cosas  como las haríamos nosotros, sino que aprendan a hacerlas. Hay tareas que admiten varias formas de realizarlas y nuestros hijos no tienen porque elegir la nuestra. Ejemplo: ponerse una u otra camiseta para hacer deporte. Limpiar los platos antes o después del telediario. Usar uno o dos nudos en los cordones, etc.

·          No es positivo una actitud permanente de corrección, que puede inhibir la creatividad presente y futura de nuestros hijos. Ellos no son una extensión de nuestro cuerpo ni de nuestra mente. Tienen su propia personalidad. Ejemplo: se les puede pedir  que ordenen la habitación pero dejándolos que elijan el modo de hacerlo.

·       Algunas tareas, por su complejidad, pueden hacerse conjuntamente con los hijos y, cuando la dominen, terminar delegándolas completamente. Ejemplo: hacer una determinada comida, poner una lavadora o hacer un arreglo eléctrico.

·        Hay tareas que han de hacerse de una forma concreta, pero otras admiten diversas posibilidades de realización.  Delegar es pedirle a una persona un resultado, con pocas limitaciones para conseguirlo. Quizás se puede concretar el tiempo o el gasto para conseguirlo, pero si se le va a exigir responsabilidades, no podemos pedirle que haga las cosas como las haríamos nosotros o criticar que no las hagan como las haríamos nosotros, salvo que objetivamente sea la única opción.

·         Cuando se está aprendiendo una tarea el que enseña ha de tener cierto grado de paciencia ante los primeros errores y alabar todos los aciertos. Hay tareas que exigen tiempo, práctica y algunos errores para dominarlas.

·         Algunas cosas se aprenden viendo cómo se hacen, otras necesitan una explicación previa, otras una o varias demostraciones, otras se aprenden de forma gradual, otras comenzando a hacerlas sin más. Para que el aprendiz se sienta cómodo debe encontrar buena disposición para explicar dudas en el docente y cierta paciencia y constancia.

·         Todas las personas, también nuestros hijos, tienen más desarrolladas unas capacidades que otras. Lo que al padre o la madre le puede resultar fácil, al hijo le puede parecer “un mundo”. Es la hora de la paciencia y de la constancia, nunca de los adjetivos humillantes ni de las descalificaciones, tampoco de las broncas.

·         No se dejan de encargar tareas porque sean difíciles de realizar. Precisamente el entrenamiento de nuestros hijos en lo difícil pero asequible, facilita que se desarrolle de forma equilibrada y que aprenda a superar obstáculos. Esto influirá positivamente en su autoestima.

Llegados a este punto nos podemos preguntar por las tareas que podemos delegar en nuestros hijos. La respuesta es que cada hijo es un mundo, con sus circunstancias. Teniendo en cuenta lo anterior, os paso un listado de tareas que tus hijos pueden hacer, en función de su edad:

·      Niños de dos a tres años ( con ayuda de los padres y/o supervisión): desvestirse, ponerse el pijama y recogerlo, peinarse, lavarse los dientes, ordenar el dormitorio y su mesa, colocar la ropa sucia en el cesto, estar presente cuando se hace la cama y ayudar en algo. Otras tareas se similar complejidad.

·      Entre cuatro y cinco  años: observa al adulto e imita su conducta. Tareas : recoger la ropa limpia y doblarla, usar aspiradoras de mano, limpiar el polvo superficial, vaciar el cubo de la basura, conocer su número de teléfono, limpiar el inodoro, organizar cajones, vaciar el cubo de la basura, nadar, ayudar a vaciar el lavavajillas, ayudarte en el supermercado, poner platos y cubiertos en la mesa. Asimila y cumple normas sencillas. Realiza otras tareas de similar dificultad.

·      Entre seis y siete años:  vaciar el lavavajillas y colocar platos y cubiertos, hacerse el desayuno y preparar comidas fáciles, bañarse solo, usar escoba y recogedor, usar los cubiertos correctamente. Identifica el bien con lo mandado y el mal con lo prohibido por el adulto. Aprende a saludar, despedirse y agradecer. Tiene el deseo de actuar bien y si se equivoca culpa a otros porque no acepta que lo consideren malo.

·      A los ocho años: Comienza a adquirir autonomía personal y puede controlar sus  impulsos, en función de sus intenciones. Es capaz de organizarse en la distribución del tiempo, del dinero y de los juegos. Todavía precisa alguna supervisión. Pueden dársele responsabilidades diarias: preparar el desayuno, bañarse, acudir solo al colegio, etc.

      Empieza a distinguir la voluntad del adulto de la norma y es consecuente en su conducta. Sabe cuándo y cómo debe obrar en situaciones habituales de su vida. La actuación de las personas adultas es decisiva, dado que si persiste una presión autoritaria el niño se hace dependiente, sumiso y falto de iniciativa. Si, por el contrario, se obra de forma permisiva, el niño se convertirá en una persona caprichosa e irresponsable. Así pues, se hace imprescindible una actitud que favorezca la iniciativa y mantenga la exigencia. Le atrae el juego colectivo y coopera en grupo. Es capaz de prever las consecuencias de sus actos.

·      Entre nueve y once años: “…Ya es bastante autónomo en sus intenciones y, por lo tanto, en su responsabilidad. Suele tener una organización propia para sus materiales, ropas, ahorros... Puede encargarse de cualquier tarea doméstica y debe realizarla con responsabilidad y cierta corrección. Le gusta que se le recompense por la tarea que se le encomienda.

Aunque aparezcan rasgos de dependencia, le gusta tomar decisiones y oponerse al adulto con cierta rigidez. Es capaz de elegir con criterios personales. Se hace estricto, exigente y riguroso.

Reconoce lo que hace mal, pero siempre busca excusas, aunque para los demás suele ser muy estricto. Le gusta que le dejen decidir por sí mismo y tiene necesidad de afianzar su yo frente a los demás, de ahí su resistencia a obedecer y su afán de mandar a otros niños menores. Conoce sus  posibilidades, decide y reflexiona antes de obrar, aprende de las consecuencias y se siente atraído por los valores morales de justicia, igualdad, sinceridad, bondad, etc. “

José Antonio de la Hoz
Fuentes:
·         Elaboración propia

martes, 20 de agosto de 2013

Lo mejor para tus hijos: un solo criterio


 
El día a día, la rutina, un mal entendido amor a los hijos, las exigencias del trabajo, el cansancio, la diversidad de caracteres, los distintos pareceres referidos a la educación de los hijos…, pueden llevar a los padres a  educar mal a los hijos, influyendo negativamente en  su desarrollo personal.
 
En una casa se producía, no hace mucho, la siguiente escena: un padre con su hijo en la sala de estar, con la televisión encendida. El padre charlando con una visita, el hijo jugando con la consola, la madre en la cocina preparando algo para la visita. El padre se levanta y, con buen criterio, apaga la televisión, para continuar la conversación con la visita y, porque no decirlo, ¡por educación!. El hijo, hasta ese momento muy atento a la videoconsola, se levanta y va a la cocina. Se oye decirle a la madre que:”papa me ha apagado la televisión”. La madre hace acto de presencia en la sala de estar y, delante de los amigos, le echa en cara al padre que le corte la televisión al hijo.
 No es la primera ni la última vez que percibo, en algunas familias, que el padre y la madre van cada uno por su lado en la educación de los hijos. Esto es un error de bulto, por los siguientes  motivos:
 
-        La tarea de educar   corresponde al padre y a la madre, a los dos. Ninguno debe atribuirse la exclusiva en ningún aspecto de la misma y ninguno debe hacer dejadez de funciones.
-        Por razones obvias, al hijo hay que trasladarle un solo criterio. Si los padres se muestran con frecuencia divididos, el hijo buscará el amparo en quien más le convenga. Esto implica un déficit de educación y, probablemente, continuos enfrentamientos entre los padres. En otras palabras, el hijo juega con los padres y los divide.
-         La madre no debe volcar todo su cariño en los hijos y dejar de lado al padre, ni a la inversa. Al final los hijos se van de casa, y si no se ha cultivado el cariño y el respeto entre los cónyuges, la cosa puede derivar en drama.
-        El padre debe reforzar a la madre y la madre debe reforzar al padre. Si la madre ha tomado una decisión “equivocada” y el niño acude al padre para que la corrija, este reforzará a la madre diciéndole al hijo que la cumpla. Después, si lo ve oportuno y en privado, comentará con la madre la conveniencia o no de esa decisión y consensuarán un criterio común.
-        Cuando el hijo consulta un tema al padre o a la madre, debe oír como respuesta: “déjame que lo comente con tu madre o , en su caso, con tu padre”…, si no hay un criterio asentado del matrimonio. Hay que rechazar las consultas con respuesta inmediata, que suelen ser “consultas trampa” o impulsivas. Los hijos deben aprender a planificar y consultar las cuestiones con el tiempo suficiente. Les estaremos enseñando a eso…, razonar, planificar, consultar, no actuar de forma impulsiva, no jugar con los padres.
-        En casa no debe haber poli bueno y poli malo. Esto implicaría  que hay dos o más criterios y, por tanto, que se está educando mal a los hijos.
-        La pareja debe buscar momentos solos, para hablar sobre la educación de los hijos, plantearse objetivos para cada uno, forjar criterios para actuar con una sola voz, etc.
-         A la hora de consensuar criterios educativos, es bueno :
o  Conocer la opinión de autores especializados, con sentido común y autoridad. También es bueno acudir a las sesiones de “escuelas de padres”, tutorías, blogs de prestigio, etc.
o   Saber qué se puede pedir a los hijos en cada edad y cómo hacerlo.
o   Conocer bien las fortalezas y debilidades de cada hijo.
o   Escuchar a la pareja. Se puede oír , pero no escuchar. El que oye recibe el mensaje del otro pero ni lo estudia, ni lo valora. Esta actitud es propia de quien cree que siempre lleva la razón. Esto destruye la comunicación y la capacidad de negociar y llegar a un consenso.
o   En toda negociación hay que ceder. Dicen los expertos que la negociación más estable es la que usa como estrategia “Ganar – ganar”, es decir, las dos partes ceden en una proporción cuantitativa y cualitativa similar.
o   Cuando los criterios son muy divergentes, la comunicación de escasa calidad y la capacidad de negociar es ínfima, hay que acudir, por el bien de los hijos, a un especialista.
o   Cuando los padres están separados no deben usar a los hijos contra la             ex - pareja. Por el bien propio y de sus hijos deben vivir los criterios vistos, para no caer todos en un calvario.
 
José Antonio de la Hoz

lunes, 19 de agosto de 2013

Educar la intimidad es educar la libertad



Son las cuatro de la tarde y me encuentro en la puerta del edificio donde vive  un amigo. Acabo de tocar al portero y espero a que me abra. Por la puerta de cristales, a menos de un metro, se ve a una pareja joven, en torno a los 20 años, en actitud más que cariñosa. Perciben mi presencia, más aún después de que mi amigo me franquee la entrada al hall del edificio, con el consabido ruido del portero electrónico, el ruido de la puerta y mis pasos a poca distancia. La pareja ni se inmuta, sigue a lo suyo con una buena dosis de descaro. Para algunos es algo como muy normal, para mí no lo es.
Hay personas que no tienen intimidad, quizás porque desde muy jóvenes no la vivieron en su casa, renunciando  a ella en numerosas ocasiones, hasta llegar a ver como algo normal el hecho de poner en el escaparate sus comportamientos más íntimos. Ya no saben que es suyo y qué  es de dominio más o menos público.
Frecuento unas instalaciones deportivas de la Universidad de Granada. Hace poco me encuentro a un padre, con su hijo de unos 10 años,  desnudos en una ducha de los vestuarios, donde había más varones de cierta edad. Es la típica ducha corrida, a la vista del resto del vestuario, en un lugar de paso obligatorio hacia los váteres.
Cualquier día por la calle ves a chavalas con el típico pantalón corto. Algunas usan modelos de creación propia, aprovechando vaqueros viejos, con un corte radical y bastante expositivo.
 Hace dos días cenaba con mi suegra en un restaurante de playa. Eran las 9.30 de la noche y hacía cierto fresquito. Delante de nosotros, a pocos metros, unas chiquillas con no más de 16 años flirtean con tres chavales de su misma edad. Todos en traje de baño, a pesar del frío. Ellas despliegan todo su repertorio de insinuaciones, sin que nuestra presencia y la del resto de comensales de la terraza les cortase lo más mínimo. Los chavales se ven superados por la situación y se marchan antes que ellas. Esta situación también se produce a la inversa.
 Leo en prensa que una chica de treinta años pasea desnuda por el centro del pueblo granadino de Santa Fe. Los vecinos llaman a la policía y esta hace acto de presencia, invitando a la chica a vestirse. Esta se niega y es detenida.
Todos los relatos son ejemplos que me llevan a pensar, sin más consideraciones morales, en dos conceptos, apuntados en el título de este breve artículo, el de intimidad y el de libertad.
Para explicar porque intento relacionarlos hago unas consideraciones previas:
·         Antiguamente se definía al hombre como animal racional, porque en la naturaleza humana hay instintos, lo mismo que en  los animales. La razón  es exclusiva de los humanos y es la que eleva su dignidad.
·         Hay estímulos que despiertan a los instintos invitando al que los sufre a actuar de forma animal. Ejemplo: nos cuesta esperar a la hora de comer cuando tenemos hambre. Nos cuesta esperar nuestro turno en una fuente pública, en pleno mes de agosto, cuando la sed aprieta, etc. Cuesta someter los instintos a la razón…, por eso es importante aplicar el sentido común y facilitar las cosas.
·         La vista de determinados estímulos nos invitan con fuerza a comportamientos instintivos relacionados con la comida, la bebida, el sexo…, hasta el punto de que personas sin escrúpulos los usan para ganar dinero, por la fuerza que tienen y la dificultad para controlarlos. Una vez despiertos, cuesta controlarlos y si se repite la respuesta positiva a los estímulos terminamos con una adicción. Hace unos días aparecía en el telediario un Pub granadino, denunciado por sortear una relación sexual con la camarera.
·         La libertad hay que ganársela a pulso, controlando los impulsos instintivos, de manera que queden moderados por la razón y no al revés. El placer no es malo, pero cuando no lo controlamos se adueña de nuestra vida, de nuestra actividad, de nuestro futuro,… si aparece la adicción.
·         Cuando se cede en un instinto se termina cediendo en todos los demás, porque la voluntad debilitada no es selectiva. En el hombre no hay compartimentos estancos.
·         La frontera entre el autocontrol y la adicción es muy difusa, hasta el punto de que muchos adictos a distintos placeres (bebida, comida, sexo, juego, móviles…) no admiten serlo.
Una vez expuestas estas ideas, hago los siguientes razonamientos:
·         Tengo derecho a que los demás no hagan pública su intimidad delante de mis ojos, entre otras cosas porque esa exposición lleva aparejada una carga moral que no comparto.
·         Los espacios públicos deben ser neutros en lo que respecta a comportamientos con carga moral.
·         En la exposición sexual puede haber un hábito de desinhibición, pero también una cesión al instinto por encima de cualquier otra consideración y, por tanto, de generalizarse esta actitud, vamos a un modelo de sociedad donde lo impulsivo campa por sus respetos. Por eso, que no nos extrañe que nos toquen el claxon en la carretera con más frecuencia, que nuestro vecino pierda los papeles con más facilidad, que la discusión en las relaciones sociales y profesionales sea más frecuente…., que la sociedad pierda calidad, porque el conflicto anida con facilidad cuando la razón justifica a los instintos. Ya se sabe, cuando no se actúa como se piensa, se termina pensando como se actúa…y el instinto y lo instintivo, sacado de madre, favorece el egocentrismo, llevando a percibir “al otro”, como una molestia.
·         El hombre es más libre cuando domina sus instintos.
·         El hombre esclavo busca justificar su comportamiento consiguiendo adeptos. El chaval que cae en el consumo de drogas termina invitando a consumirlas, el que bebe a beber, el que come en exceso a comer con exceso,…todo ello en un intento de acallar la propia conciencia, la falta de autodominio, la adicción, la esclavitud.
·         De forma más o menos consciente se intenta controlar la voluntad del otro a través de sus comportamientos más primarios. Ejemplos hay muchos, se convocan comidas copiosas para cerrar acuerdos comerciales en los postres, se invita a cubatas a personas para que cuenten determinadas cosas, se usa el sexo con fines espúreos…. Hay chicas y chicos  que disfrutan controlando la mirada del que pasa a su lado…
Los modelos de comportamiento proclives a la exposición de la intimidad han sido favorecidos por los creadores de moda, por grandes y pequeñas cadenas de televisión, por editoras de revistas, por determinados lobbies,… buscando enriquecerse o buscando la justificación social o el asentamiento de unas pautas de comportamiento determinadas y determinantes.
Por todo lo dicho, aconsejo a los padres que eduquen a sus hijos sabiendo que son “animales racionales” y que los eduquen para que ellos y los que los rodean tengan autocontrol y sean más libres.  Esto se hace desde pequeños, estableciendo límites y, vuelvo a repetir, “teniendo claro qué es el hombre”, conociendo sus fortalezas y sus debilidades. Termino con una frase que no es mía: “el hombre es capaz de todos los errores y de todos los errores”. Quien la dijo conocía bien la condición humana.
José Antonio de la Hoz