sábado, 2 de febrero de 2013

Ayyy, los abuelos. Humor con trasfondo

Hoy no estoy muy ducho. La imaginación la tengo un poco apagada y miro en mis archivos a ver que tengo por ahí guardado. Abro la carpeta de artículos y me encuentro con los que le pedí al joven psiquiatra granadino Luis Gutiérrez Rojas. Son casi todos los que ha publicado en prensa hasta la fecha ,y me encuentro con uno dedicado a los abuelos,...después de leerlo pienso QUE TODO EL MUNDO TIENE DERECHO A REIRSE un poco en esta tarde de sábado, sobre todo con la que está cayendo.

A los abuelos les ha tocado bailar con la más fea. Después de años duros de sacrificio, en los que trabajaron mucho y disfrutaron poco, les toca -en miles de hogares españoles - sostener las maltrechas economías de los hijos/as con parte de sus exiguas pensiones, renunciando nuevamente a un más que merecido descanso.

Luis nos demuestra, una vez más, que se pueden transmitir ideas serias en clave de humor, lo cual es una buena forma de captar la atención de la audiencia y de conseguir que piensen en lo que se les dice. Como siempre, en entrecomillado -incluido el título dado por el autor- el artículo, tal y como ha sido publicado en prensa
 
 
"COMO SER ABUELA Y NO MORIR EN EL INTENTO

 

Tiene 72 años y está viuda. Tuvo la mala fortuna de perder a su marido hace un par de inviernos de un infarto fulminante. Tras conseguir superarlo estuvo casi un año y medio viviendo sola. Y lo pasó mejor de lo que esperaba, pues se suele decir que la viuda es la única mujer que sabe en todo momento donde está su marido.

Pero un día una de sus queridas hijas le dijo que le daba mucha pena verla todo el día sola y le comunicó que, tras haber hablado con su marido, había pensado que debía irse a vivir con ella. Y entonces empezó el calvario.

Nuestra heroína se levanta a las siete y media de la mañana, aunque para entonces lleva más de una hora dando vueltas en la cama temiendo lo que se le viene encima. Nada más salir de la cama tiene que preparar el desayuno para toda la familia, el matrimonio y los tres niños, y acto seguido despierta a sus nietos y les ayuda a asearse y vestirse.

Tras el frugal desayuno prepara los bocatas de los niños para el recreo y sin mediar palabra los acompaña hasta la puerta del colegio. Vuelve a casa, pasa la aspiradora, limpia los dos baños, quita la plancha y dobla las camisas.

A media mañana se va directamente al supermercado, hace la compra y espera más de media hora su turno en la carnicería. Allí una amiga suya le dice que si esa mañana ha visto el programa de la Teresa Campos y en vez de responderle le mira con cara de póquer.

Llega a casa, prepara la comida y pone la mesa. Se va a recoger a los niños al colegio. Al volver a casa come con sus nietos. El marido (ese gran ausente) llama diciendo que no llegará a comer porque se ha entretenido en una reunión urgente que se está celebrando en un sitio importante. Su querida hija le manda un mensaje al móvil. Nuestra superabuela, tras recibir el asesoramiento tecnológico de sus tres nietos consigue descifrar el mensaje poniéndose las gafas de leer. Su hija le avisa de que esa tarde se tiene que quedar con sus queridos nietos porque ella tiene que echar horas extra en la oficina.

Mientras dobla los calcetines ayuda a sus nietos a hacer los deberes, a uno le aconseja como colorear un dibujo, a otro le hace un mapa de las montañas de España en plastilina (¿en quién estaría pensando el profesor al mandar semejante chorrada?) y al tercero le corrige las cuentas de matemáticas.

A media tarde llama a la vecina y le pide que se quede en su casa y le eche un ojo a sus descendientes porque ella tenía cita en el medico de cabecera. La vecina, tras advertirle de que algún día le cobrara el favor de una u otra manera le dice que no tarde.

Sale de casa disparada, y consigue llegar al Centro de Salud batiendo todos los records nacionales de la Olimpiada de la tercera edad, no sin antes pararse delante de la puerta de la Iglesia y pedirle a la Virgen con todas sus fuerzas que deje de probarla de esa manera. Que tampoco tiene tantas cosas por las que purgar.

El médico le da malas noticias. Le informa de que tiene el azúcar por las nubes y le anima a que se cuide más. Le aconseja que se apunte a gimnasia de mantenimiento, y le dice que no estaría demás que hiciera algún tipo de actividad, matriculándose en alguno de los múltiples cursos de la Universidad de los mayores. “Te vendría muy bien que te fueras de vacaciones. Puedes hacer algún viaje del Inserso. O si no, por lo menos podrías aprender a usar internet.” afirma con rotundidad su médico de cabecera. Pero nuestra protagonista no tiene tiempo para perder el tiempo, le dice a todo que sí y le pide que le recete los analgésicos para la artrosis y el calcio para los huesos.

Vuelve a casa a todo meter, despide a la vecina y realiza una supervisión general de cómo han quedado los deberes.

Baña a los tres niños por separado, aunque a esa hora empiezan a entrarle ganas de meterlos a todos juntos en la bañera. Les pone los pijamas y amasa con las manos unas treinta croquetas para la cena mientras sus nietos se dejan servir y permanecen tumbados en el sofá viendo la TV.

En ese momento su querida hija llega del trabajo y empieza a contarle todo tipo de penas: que cobra poco, que trabaja mucho, que no soporta a su jefe y así un largo etcétera. Incluso suelta algo así como: “tú si que tienes suerte de estar aquí todo el día en casa mamá”.

Su marido sigue reunido en algún lugar de alguna parte. “¿cuándo se verán estos dos?”: piensa ella cuando está acostando a los niños y rezando las últimas oraciones.

Y ya al final del día tras lavar los platos (el lavavajillas estaba roto) y con los huesos molidos consigue sentarse en el sillón y soltar un suspiro.

Y es entonces cuando su querida hija (que ya no lo es tanto) le dice aquello de: “tu no te preocupes mamá que a nosotros no nos molestas. Tienes que estar tranquila, nunca seríamos capaces de mandarte a una residencia”.

Y nuestra querida abuela que es una santa pero no tiene un pelo de tonta, piensa que eso ya es demasiado, se levanta del sillón, mira a su hija fijamente a los ojos y con toda la paz del mundo le recrimina: “Mira hija mía, no caerá esa breva”.
 
Luis Gutiérrez Rojas"

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